El lenguaje se creó a raíz de una necesidad colectiva de mejorar la comunicación. Y como toda creación humana, no hizo más que reflejar las ideas y constructos sociales.
Le dimos género a las palabras que aplicamos a las personas. Y a nivel Europeo y prácticamente mundial, bajo un sistema hetero patriarcal y binario, solo admitimos las dos opciones que se contemplaban: El binomio hombre-mujer. En este orden, porqué quién escribió la norma fue un señor cis hetero blanco y europeo (vamos a hacernos les sorprendides).
Se le dio un masculino a todos los plurales relacionados con personas porqué se colocaba al hombre como centro y definición. Nada es gratuito.
El lenguaje inclusivo propone sustituir la terminación femenina o masculina de los términos relacionados con personas (o/a generalmente) por otra letra neutra. En castellano la misma “e” que usa el pronombre neutro.
Se llama así porqué al desprenderse del género no limita a quién representa, acoge a todo el mundo. Así, en lugar de “Bienvenidos a todos” diríamos “Bienvenides a todes”.
No se trata de un gran esfuerzo, pero sí puede suponer una gran diferencia.
Además no solo estamos incluyendo a todes sino que estamos rompiendo con el machismo lingüístico.
También podemos encontrar alternativas, huir de las formas personales y usar genéricos compuestos (“todo el mundo”, en lugar de “todes”), aunque esto no lo puede sustituir todo.
El lenguaje inclusivo nace por simple necesidad de tener un espacio seguro y cómodo que previamente no existe:
Irina Edery, artista multidisciplinar y escritora del poemario Dos Décadas de preguntas, nos cuenta cómo al revisar por cuadragésima vez el manuscrito del libro, que contiene poemas escritos por una Irina más lejana, le rechinan unos plurales masculinos que no la representan y por comodidad personal los cambia a plurales neutros. Un gesto prácticamente involuntario, espontáneo, como quien se cierra el abrigo porque de repente le entra frío.
Aunque a nivel personal y a nivel de empresa privada (como algunas editoriales) se acepte y respete, no existe apoyo a nivel institucional para poder establecerlo como algo “correcto” gramaticalmente. Y ya no se trata de tener el sí de un grupo de catedráticos sino el derecho a usarlo cuándo y dónde queramos sin tener que discutir, sin dar explicaciones, justificaciones y sin pelearnos con el corrector.
Hay opiniones sobre si debería implementarse o no.
Existe una diferencia entre opinión y opresión. Se puede opinar sobre muchos temas, pero cuando se discursa alrededor de dos opciones y una reprime deja de ser una opción. Si existe la manera de incluir a todes no puede existir debate sin ser éste violencia.
Renunciar a la comodidad, a la zona de confort y a la propiedad individual es un acto no solo de amor, sino político hacia el cambio, y cualquier cambio es una responsabilidad colectiva. Y más, teniendo en cuenta que no todo el mundo tiene el privilegio político, social y económico que tenemos para poder siquiera plantearlo como un problema.
Para Tsune Martínez, artista audiovisual y no binarie, el ejercicio del lenguaje es reflejar las identidades no normativas en espacios normativos, para elle el lenguaje inclusivo es más algo político. También por una comodidad que viene de base, pero por ende, algo más grande.
Todo tiene un tiempo de adaptación pero usar el término “complicado”, “imposible” y derivados, a estas alturas no es más que una excusa.
Refugiarnos en la tradición y en lo arraigado, no es más que quitarnos la responsabilidad. Usar a nuestres mayores para ni intentarlo ya no es cobarde, sino que es insultante hacia elles, que la mayoría de veces son quienes nos sorprenden teniendo las reacciones más sencillas y preguntando más.
Si toda una sociedad ha sido capaz de cambiar el sistema monetario durante siglos por qué no cambiar una letra que sí tiene sentido.
Informémonos, miremos vídeos, entrevistas, preguntemos, usemos el lenguaje. Vamos a equivocarnos, vamos a tardar un tiempo, pero aceptemos eso y empecemos.
Si tomamos la decisión de ignorar la realidad elegimos ser cómplice de ella.
¿Vamos a quedarnos quietes obedeciendo unas normas sin sentido o vamos a cambiarlas?