Hay una demanda general hacia las personas del colectivo, varias. Una idea preestablecida de cómo son, nacida de la creencia de que ser no normative configura toda tu persona entorno a ese hecho. “Las personas queer són personas abiertas, gozan mostrando sus colores”. He escuchado esa frase muchas veces y me cabrea profundamente, sobre todo cuando viene desde dentro de la propia comunidad. Aquí antes que queer somos personas. “Claro, es que vosotres habéis vivido lo mismo”. Pues sorpresa: No. Hay puntos compartidos que generan empatía, por supuesto, la misma empatía que comparten dos personas que llevaron brackets de adolescentes, y que el resto nunca llegará a entender. Pero la historia de cada une, sus procesos, son intransferibles y diferentes. Si fueran iguales puede que entonces el respeto fuera absoluto.
Habrá quien escoja abanderar públicamente su identidad, hablar abiertamente de ella, hay quienes no. Y he visto este gesto llamado, ni más ni menos que, hacer uso de la propia intimidad, muy criminalizado últimamente.
Puede que no me diera cuenta de toda esta problemática hasta hace poco, cuando empecé a distinguir claramente el sentimiento impostor en mi cabeza. Me pasó una vez cuando se abrió un debate sobre identidades en una comida; no me apetecía nada ponerme a discutir sobre ello… entonces, ¿En qué clase de persona me convertía negarme a participar en algo que me incluía? Visto con perspectiva, en nadie diferente. No le recriminaríamos nunca a une profesore que “debe”participar en un debate espontáneo sobre educación una noche de copas con les colegas, porqué claro, es educadore y le incumbe, ¿No?.
La reflexión que pretendo compartir, vino después, cuando me pasó lo mismo pero entre personas del colectivo. Allí sí que me sentí realmente mal, culpable, avergonzado por pensar “Que pereza” ¿Era un intruso por renegar de un momento de reflexión y deconstrucción compartida?
Hay una creencia o visión globalizada sobre cómo somos las personas queer que nos achaca directamente unas obligaciones. La consciencia nos distingue. Pero, ¿Es la consciencia algo que debemos trabajar 24/7?
Queda muy claro en discursos sonados y compartidos de activistes queer que no debemos pedagogía a nadie, pero parece que cuando se trata de espacios compartidos, criminalizamos justamente eso. Quién no es suficientemente reflexive, quien no comparte, no lucha lo suficiente. ¿Qué estamos haciendo? (me pregunto) y me parece importante que lo analicemos conjuntamente porqué me dolería que entre todes estemos realmente reproduciendo esta violencia desde dentro. Por qué, ¿qué es “suficiente”?
He comprobado también, escuchando y observando a mi entorno más inmediato, que, desde fuera, la mayoría tiende a ver a la comunidad queer como un espacio inherentemente seguro, dónde todo el mundo es feliz y se respeta, y reina un entendimiento y empatía general, además, y cito “muy entrañable”. Vamos, que la comunidad queer, no es nada menos que Disneyland, a ojos generales. Me parece tan surrealista como alarmante, por qué un espacio seguro se trabaja y tenemos muchas cosas que trabajar; vale la pena centrarse también en eso, en todo lo que necesita cambiar y mejorar. Una cosa no quita la otra.
Creo que el término comunidad está en boca de la mayoría últimamente, porqué es una idea perseguida, algo a lo que como sociedad queremos llegar, algo que implica compartir cosas que nos importan y luchar por ellas. Y como en cualquier movimiento, también veo que a veces nos olvidamos de lo importante que es la individualidad dentro de lo colectivo. Seremos comunidad cuando entendamos y respetemos que compartimos objetivos desde puntos muy diferentes que de ningún modo debemos abandonar, al contrario, que hace falta que cuidemos y que respetemos, incluso cuando estos nos alejen del objetivo común a veces. Se puede luchar por algo desde puntos y ritmos distintos; a veces será gritando en la calle, otras escribiendo, otras simplemente siendo consciente de la realidad y aplicándola a los actos propios. Nos enfada que nos achaquen el deber de la explicación, el deber de estar allí, pero debería enfadarnos que nos pidamos eso entre nosotres y sobre todo a nosotres mismes.