Tal y cómo nos lo enseñan parece que los conceptos género y sexo nacieron solos, de los restos del Big Bang o tan naturales como el primer árbol, pero si algo no surgió del Edén fueron los constructos sociales y sus progenitores: el machismo y el patriarcado.
Las etiquetas, los nombres, existen para organizarse, para establecer una manera de asegurarnos de que hablamos de lo mismo. Pero eso es una intención un tanto utópica si pretendemos que no haya variaciones. Las clasificaciones no son inherentemente malas, es la manera de usarlas o de construirlas lo que puede tanto proporcionarnos mayor sensación de libertad y seguridad, como limitarnos.
Puede parecer contradictoriamente confuso, pero necesitamos entender que no existe en este caso (como en muchos otros) un enfoque correcto y único, aunque sí que hay cosas que tenemos claras:
Se crearon dos etiquetas: femenino y masculino, y a una se le atribuyeron unas características distintas que a la otra, como si fueran dos personajes independientes de una novela basada en la realidad percibida por un solo autor, con sus propios privilegios y la certeza de poseer la verdad. Por mucho que nos disguste, la sociedad ha ido evolucionando a partir de estas dos protagonistas y sus personalidades cargadas de prejuicios.
El género vendría a ser la relación que tenemos con ellas. Como si se tratara de personas, no escogemos cómo ni cuál nos hace sentir más cómodes o nos atrae más. Aunque nos han inculcado que tenemos que llevarnos perfectamente con una y no discutir, la realidad es que las relaciones cambian: nos distanciamos, queremos conocer a otras personas, nos reencontramos, crecemos y las vemos diferente.. el tango de los vínculos.
Y este tango tiene en sí mismo dos pasos muy marcados que mezclados lo conforman y a la vez no dependen el uno del otro:
Primero en qué punto y cómo estamos cómodes respecto a una etiqueta u otra, o las dos o ninguna u otra: la identidad.
Y luego, las cosas que nos gustan de cada etiqueta y nos apropiamos, usamos, para construïr nuestra imagen y proyectarnos: la expresión.
Las dos permiten añadir variaciones a la coreografía, cambiar, improvisar… porque su naturaleza desde que es algo que sentimos y expresamos, es fluir.
Cuando pensamos en fluir generalmente pensamos en agua, en el mar, los lagos o los ríos. Sabemos cómo se comporta el agua porqué alguien tuvo la curiosidad de pararse a observar y a preguntarse cosas que le llevaron a ver con más amplitud; aquí pasa un poco lo mismo, podemos quedarnos tranquiles sabiendo que un rió pasa por delante de casa o podemos cuestionarlo, preguntarnos a qué velocidad viene, de dónde, mojarnos, decidir si nos gusta más el agua dulce o salada para nadar y el agua fría o caliente para darnos una ducha. A veces depende de la época, a veces lo tenemos claro, a veces cambia cómo nos sentimos o vemos.
El género pues, es nuestra manera de habitar en la sociedad. Y aunque parece que es una idea simbólicamente igual en todo el mundo, su universalidad no se debe más que a la colonización y unas ideas impuestas. Sabemos por ejemplo, que en la América, antes de ser invadida y saqueada, las tribus consideraban no tres, sino cinco géneros distintos: Mujer, hombre, mujer dos espíritus, hombre dos espíritus y transgénero. Los nombres variaban según la tribu, pero el concepto era el mismo. Quién era dos espíritus, dicho de quién fluía o poseía características de las dos etiquetas (femenina / masculina) era considerade alguien muy poderose, en consecuencia admirade. Al no tener una creencia cuadrada respecto al género, no educaban a sus hijes imponiéndoles ninguno, era costumbre fluir e ir encontrándose con el paso del tiempo. Y cómo este ejemplo, probablemente existen más que puede que nunca conozcamos a causa del egocentrismo narcisista de la Europa blanca y colonialista.
Lo que conservamos pero, contradice ideas de que explorar sea un concepto moderno. Hacerlo es simplemente, y siempre ha sido, un impulso involuntario y natural.
La confusión entre género y sexo suele solucionarse atribuyendo el adjetivo social al primero y biología al segundo, pero va un poco más allá, volvemos a tener grabada una definición que no se adapta a la realidad de todes sino las de aquellos que la escribieron.
Cuando trasladaron las dos etiquetas (femenina / masculina) a la definición del sexo, les añadieron características físicas en una unión casi religiosa, que las presentaría unidas en todos los libros de biología que tuviste y cada argumento machista.
Que esta afirmación incluyera la anatomía entera, engendró el canon de belleza, puede que fueran ideas mellizas, si más no simbióticamente tóxicas. Y que fuera escrita desde un pensamiento binarista provocó la persecución de las personas intersexuales.
En un mundo justo, ni género ni sexo existirían, serían simplemente percibidos como partes dentro de nosotres, aquello que simplemente es único y diferente entre cada persona. Pero lejos de habitar un planeta parecido es nuestro compromiso con todes, ser conscientes de lo dañino de algunas clasificaciones y darles la vuelta, reivindicarlas, difuminar sus límites o moldearlas para que se parezcan más a puertas y ventanas que a jaulas.